lunes, 21 de julio de 2008

El viaje de Cobos

El tipo se subió al auto, prendió el motor y arrancó. Salió disparando, ansioso por intimar con la ruta. Se podría haber ido en avión, pero no. Prefería recorrer el asfalto, charlar con los caminos. Recién ahí encontraría esa paz que tanto echaba en falta.

Apenas abandonó la gran ciudad, bajó la ventanilla para gozar del aire fresco. Su horizonte solo le dictaba campo, planicie, inmensidad. Por fin podía relajarse. El plan era de lo más sencillo: agarraría la ruta nacional N 7, atravesaría el sur de Córdoba y entrando a San Luis, embalaría por la 158. Así hasta el otro extremo del país, donde el terreno se tutea con la cordillera.

Juró que se tomaría el periplo como un encuentro consigo mismo. Cuando llegaba a las estaciones de peaje, algunos, al reconocerlo, intentaban romper el hechizo. Él apenas respondía. Se encontraba inmerso en un estado hipnótico.

Madrugada tempestuosa

La noche anterior apenas durmió. Todavía le temblaban las manos cuando cayó sobre el colchón, exhausto. A pesar del cansancio, daba vueltas en la cama. Las imágenes de esa jornada inverosímil insistían en abordarlo.

Por momentos, aquellas evocaciones se le mezclaban con los sueños, burlándole el criterio. Igual, ni bien entibiaba la razón, las certezas ponían las cosas en su lugar. Sí. Todo fue real. Eran los últimos instantes de lo que él mismo calificó como el día más difícil de su vida.

De vuelta en el auto, sonrió al asimilar que lo peor había pasado. El viaje así se lo hacía saber. El viaje, ese amigo siempre dispuesto a templar las conciencias, aún en los momentos más complicados. Manos en el volante, Julio Cobos disfrutaba del paisaje. Lo demás ya era historia.

1 comentarios:

Luciano Menardo dijo...

http://www.eldiariocba.com.ar/noticias/nota.asp?nid=715