miércoles, 16 de julio de 2008

Emigración a la ecuatoriana


Ecuador es una pequeña república ubicada al noroeste de América del Sur, que linda al norte con Colombia, al este y al sur con Perú y al oeste con el océano pacífico. Tiene una superficie de 269.756 Km2 y una población de 13.710.234 habitantes. Su capital es Quito y su moneda nacional, el Sucre.

Pero entre toda esta fría reseña, se destaca un dato que puede sorprender a más de uno (Inclusive a mi mismo, que sé tanto): después del petróleo, la principal fuente de ingresos de este país sudamericano son las remesas que envían a sus familias los ecuatorianos que emigraron al exterior, perseguidos por la pobreza y la desigualdad. La particularidad me dejó pensando: Que irónico resulta que gran parte de una nación sobreviva con las regalías que escupen aquellos trabajos que los ciudadanos del primer mundo desprecian: limpieza, cuidado de ancianos, labores en fincas, construcción, etc.

Más allá de esta sentida y humana reflexión, tan acordes a mi noble condición, me gustaría relatarles una anécdota que viene muy a cuento respecto al tema.

Lejos de casa

Durante un periplo por Francia, le solicité a dos amables choferes ecuatorianos que me llevaran en su camión, para transitar algunos kilómetros con ellos y evitarme así pagar los costosos trenes galos. Ambos se mostraron gustosos, y juntos recorrimos el tramo de la ruta que une Lyón con Estrasburgo. En casi todo el trayecto, la charla estuvo relacionada con los millones de extranjeros que, como ellos, viven en España.

En un momento de la travesía, nos detuvimos a comer. Guillermo y Félix, mis amigos andinos, prepararon un delicioso guiso, típico de su patria. Entre bocado y bocado, continuamos con la dialéctica del inmigrante: los recuerdos de la familia, los amigos, la vida en un país tan diferente, lo difícil que se hace vivir lejos del terruño…Entonces surgió en mi una pregunta que en ese momento me pareció ineludible: “¿Che, y no tenían miedo cuando se vinieron a vivir acá?” Ante la requisitoria, Félix levanto las cejas, limpió su boca y se apuró en objetarme:

- “¿Miedo? Más miedo teníamos de quedarnos en Ecuador”.

Los tres nos echamos a reír. La respuesta no podía haber sido más dramáticamente graciosa.

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