lunes, 28 de diciembre de 2009

La foto de la nena



Respecto al derecho a la intimidad, el artículo 11 del Pacto de San José de Costa Rica reza: “Nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada”. La legislación sirve, básicamente, para que a los seres humanos no nos rompan las bolas.

Asimismo, el cuarto mandamiento dice “Honraras a tu padre y a tu madre”, precepto que no viene a cuento de nada, pero que nunca esta de más traer a la memoria, sobre todo a la de esta juventud perdida en el universo de las drogas, el alcohol y los metroflogs.

Pero hablábamos del derecho a la intimidad, y de como todas las personas tenemos derecho a ese derecho, porque en un estado de derecho, quien anda derecho se mantendrá derecho al trecho, al derecho y al revés, y seguí derecho, dale cuatro cuadras y doblá a la derecha.

En el Titicaca

Hoy ya no es como antes: la gente anda avispada y hace uso de esos derechos. Vaya este ejemplo como muestra gratis:

Una vez, estando en Copacabana, al borde del lago Titicaca, Bolivia, me crucé con una nenita encantadora, ataviada con un gorro típico de la región. Me pareció que podía resultar una foto excelente.

Preparé la cámara y gatillé. Pero cuando quise repetir la acción, se escuchó la voz de la madre que venía gritando por atrás: “No amigo, no. No haga eso, pues”, me reprochó la señora.

Yo creí que la mujer se había enojado porque estaba violando el derecho a la intimidad de su familia, y me sentí culpable. “Discúlpeme señora, pero me pareció que podía ser una foto muy bonita. No sabía que a usted le molestaba” le explique. “No pues, está bien. Pero si quiere sacarle fotos a mi nena me va a tener que pagar, pues” respondió para mi sorpresa. Reparación civil que le dicen.

En este mundo, el que no corre vuela.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Películas en el colectivo


Les basta con apretar un botón para martirizar al pueblo durante horas. Llueva o truene, con frío o con calor, repiten el acto diariamente. “Play”, dice la tecla, y ellos no tienen mejor idea que ir y apretarla. ¡Será de Dios! Sí, son los colectiveros.

Esos señores de camisa blanca y corbata que se empeñan en arruinarnos el viaje proyectando en el coche las peores películas que el hombre ha podido crear. Yo no sé si lo harán con buenas o malas intenciones. De cualquier manera, las consecuencias son espantosas.

“Mirá, mirá Cacho. Alquilemos ésta con Bruce Willis, Jean Claude Van Damme y Sylvester Stallone. Se trata de tres soldados que combaten contra 19.783 milicianos chiítas y les ganan. Es gol seguro”, le dice Tito, chofer de una línea interprovincial, a su amigo y compañero de cabina. Ignora la avalancha de suicidios espontáneos que su inocente elección generará entre los pasajeros.

Más filmes del estilo

No es que sea malpensado, pero también puede ser que los tipos encuentren en el sufrimiento ajeno algún beneficio personal. “Pepe, les alquilemos esta porquería horrible de un gorila que juega al béisbol así quedan paralizados de la indignación y no nos joden con que bajemos el aire acondicionado”, le aconseja Pancho a su compañero, consciente o no del daño irreparable que su deliberada actitud producirá sobre una cuarentena de inocentes.

Otros filmes que suelen escoger podrían abreviarse en frases como “unos locos que se quieren robar un banco, se les complica pero lo roban igual” o “dos policías muy facheros que atrapan a los malos y se levantan un montón de minas”. Terrible.

Así se pasan la vida estos trabajadores del volante, manejando, poniendo películas deplorables y pidiendo aumento. Igual, todo bien con los muchachos, eh. No vaya a ser que después me piquen el boleto.

martes, 18 de noviembre de 2008

Mejor no encontrarse con un tipo que se parece a Kobe Bryant

La noche puede ser la mejor amiga o la peor enemiga del hombre. Y por ende, del viajero, que en definitiva también es un hombre, pero con menos ganas de trabajar que el resto.

Lo que pasa es que las noches de los viajes son capaces de adoptar formas tan disímiles como sorprendentes. La noche puede significar un festejo de antología: baile, luces, mujeres, alcohol, vicios varios. Pasiones que se complementan y que convierten la velada en un acontecimiento extraordinario.

O por el contrario, la noche también puede configurar situaciones espantosas. A ver: supongamos que uno se va de vacaciones a Los Ángeles, por ejemplo. No es lo mismo pasar la madrugada en una fiesta en la mansión Playboy, que vagabundeando por algún suburbio desconocido, donde se te aparece un tipo que es igual al basquetbolista Kobe Bryant pero más peludo, junto a sus cinco primos y que al verte le susurra a los colegas algo como “a este lo enebro cual hilo a la aguja” o “que linda mantequita para esta tostada” haciendo clara alusión a la cercanía del acontecimiento con la hora del desayuno.

Situaciones desesperantes

Así, queda claro que, en los viajes, no todas las noches son iguales. Yo hay veces que estando en ciudades grandes, veo caer la noche y siento angustia. De inmediato pienso en la gente que anda dando vueltas por ahí, sin techo seguro. Me pongo en la piel de ellos porque he vivido situaciones similares. Y creanme, es desesperante.

En esas ocasiones, lejos de casa, uno suele advertir como la incertidumbre golea al optimismo. Al no tener los recursos para dormir en un lugar seguro, no te queda otra que acurrucarte donde podes, encomendándote a tu propia suerte. Y rezar, por supuesto, para que al pícaro destino no se le ocurra cruzarte con el tipo que se parece a Kobe Bryant y sus cinco primos.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Me duele el colon


Me duele el colon. No saben lo feo que es. Colon. Hasta la palabra misma suena fea. Es un dolor, como decirlo, profundo. Es como si te doliera el alma, pero sin el factor metafísico. Creo que es peor inclusive. Un dolor del alma se puede ahogar en licor, como dice el rey Pelusa. Pero con un dolor de colon es otra cosa.

Mientras escribo estas líneas, me encuentro viajando de regreso a casa. Recién ahora deduzco que el dolor de colon y el viaje es una combinación peligrosa. Tormentosa diría. En mis cavilaciones, surgidas de las entrañas del malestar, me he puesto a pensar en la gente que, como yo en esta desdichada jornada, viaja con un dolor a cuestas.

Algunos ejemplos

Pienso en el subsahariano, que viaja caminando durante meses por el África, en busca de la prosperidad que ofrece Europa. Pobre, le duelen los pies. Pienso en el Rumano, que viaja escapándose del maltrato que le propinan los italianos más xenófobos. Pobre, le duele el orgullo. Pienso en el serbio, que viaja por un país que cada vez le queda más chico. Pobre, le duele el Kosovo. Pienso en el cubano, que viaja en balsa rumbo a una nueva vida en Miami. Pobre, le duele el comunismo. Pienso en el iraquí, que viaja de Basora a Bagdad mirando para arriba, por miedo a que le caiga una bomba del cielo. Pobre, le duele el Bush.

También pienso en el político, que viaja en avión privado hacia Tokio, para participar en una cumbre presidencial. Pobre, le duele que los fuccilli con salsa de champiñones, nueces persas, dátiles y vegetales del pacífico sur rehogados en vino blanco cosecha 83´ que le sirvieron para cenar no están “al dente”.

Pero vamos, que en quien más pienso en este momento es en mí mismo, que viajo de vuelta a Villa María con un dolor de colon espantoso. Si, pobre.

sábado, 8 de noviembre de 2008

No a la Cuba capitalista


¿A quién no le gustaría conocer Cuba? Que levante la mano así lo apedreo. Creo que la inmensa mayoría querría irse de viaje a la isla. Un paraíso terrenal que fusiona las mejores playas del continente con un contexto socio cultural único en el planeta. Al viajero de ley esto, justamente, es lo que más le atrae del país caribeño. Los resabios definitivos del comunismo real aún sobreviven aquí como en ningún otro rincón del globo. Pero vaya uno a saber hasta cuando.

Ahí está el meollo de la cuestión: a la luz de las medidas adoptadas por el gobierno post Fidel, el actual sistema político cubano parece condenado a la extinción. De ocurrir tal suceso, la nación perdería un aliciente turístico incuestionable.

No nos conviene

Imaginemos una Cuba capitalista: edificios renovados, automóviles siglo XXI, viejas pueras con botox y siliconas, carteles de Ginobili por todos lados, promocionando invariablemente marcas de jeans, mayonesas o líquidos para frenos… sería terrible para el sentimentalismo del visitante.

Y es que lo que más nos atrae de Cuba es esa cosa de realidad paralela, de dimensión desconocida. Un recreo para nuestra representación habitual del mundo y de las cosas.

Entonces basta de hinchar con esto de los cambios y que se yo. No le conviene a nadie. Bueno, no sé a los cubanos. Pero que importa, si total a ellos se los ve muy contentos con la salsa, el merengue, las palmeras y eso.

Hablo por mi mismo y por todos los agentes de viajes del mundo cuando digo: ¡Dejen la revolución en paz, cerdos imperialistas!

sábado, 27 de septiembre de 2008

¿Tan malo era Atila?


En algún rincón perdido de las estepas húngaras, descansan los restos de Atila el Huno. Para sus acólitos, era un hombre formidable: líder espiritual, sabio estratega y luz de la comunidad. Nuestra historia, en contraste, lo recuerda como un ser cruel, violento y despreciable. Un asesino desalmado, el sinónimo más auténtico de la barbarie.

Es obvio: occidente solo rescata como héroes de la antigüedad a los blancos, aquellos con los que uno puede sentirse identificado racialmente: Alejandro de Macedonia, Carlomagno, Ricardo Corazón de León, Frodo Bolson, el Mago Gandalf… Y todos los que quedan fuera de esos parámetros étnicos, pasan inmediatamente a conformar la lista de los malos: Saladino, Genghis Khan, Darío III, Skeleton, y por supuesto, Atila.

Esta selección a mi se me antoja muy injusta ¿Por qué defenestran tanto al rey de los Hunos?

Historia arbitraria

La mayor parte de la bibliografía que anda dando vueltas por ahí, solo hace hincapié en los aspectos negativos de este mítico guerrero: su figura desalineada, su rostro adusto, su mal humor y, sobre todo, las no muy saludables fragancias que emanaban de su cuerpo. Claro, como si los demás hubieran despedido aroma a frutos del bosque.

Sin ir más lejos, Alejandro Magno se pasaba meses enteros arriba del caballo, cambiándose los calzoncillos vaya uno a saber cada cuanto, y sin embargo las crónicas solo hablan de “Sus rubios y largos cabellos ondeados por la tenue brisa de las campiñas”.

A Atila nadie le reconoce la lealtad a su pueblo, su valentía ni su encomiable espíritu aventurero. Al fin y al cabo, él era un viajero de ley. Nómade como pocos, se la pasaba de un lado a otro de Europa, haciendo de la sencillez un ideal.

Pero no daba para una estatua. Aducen que hubiera sido más fea que pegarle a mi abuela con un palo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Un robo por amor al queso

Carretera de La Rioja. Colectivo. En la ventanilla, solo montaña y cactus. Sentado, viaja un hombre muy apuesto (yo). Todo transcurre con normalidad.

Llevaba unas cuantas bolsas conmigo. En ellas traía el sustento para vivir durante varias jornadas de camping en el ostracismo: Pan, tomates, zanahorias, atún, chocolates, galletitas, jamón, aceitunas...y queso. Queso, glorioso alimento, lácteo incomparable, fuente de vigor. Queso, como un torrente de delicia, un planeta de sabor, un eterno sortilegio.

Iba muy contento, entonces, viajando con mi comida, pero sobre todo con mi queso. En eso estaba, cuando de repente me pareció que faltaba una bolsa. Las llevaba en el piso, debajo del asiento, y con el movimiento del coche, algunas fueron a parar atrás. Me agache, las junté y las conté. Efectivamente, había perdido una ¿Cuál? Si, la que tenía el queso.

Mentira piadosa

Como una fiera exacerbada, me di vuelta y vi en la butaca trasera a un joven riojano, de unos 22 o 23 años. Sin más, y en el éxtasis de mi arrebato, le inquirí:

-“Maestro ¿No viste una bolsa con queso que se me fue para atrás?”
-“No, no vi nada la verdad”.

Eso alcanzó a esbozar con sus palabras. Pero su mirada me decía otra cosa. Me decía lo siguiente:
- “Si, yo te robé el queso. Si, y no me arrepiento. Lo vi ahí, tan amarillo, tan firme, con esa sensual cáscara roja, esos huequitos...Si, yo te lo robe, y lo haría mil veces, aunque con ello se me fuera la vida. No podía perder la oportunidad. El hecho de olerlo, de tocarlo, de saborearlo, imposible resistirme. Asumo mi responsabilidad con honor e hidalguía. Patria o muerte. Ah! Y otra cosa: leru leru calenderu.

Todo eso me dijo con unos ojos encendidos en fuego, abarrotados de firme compromiso. Primero sentí un odio mortal, más luego respeto. Con ese queso se me había ido mi alma, mi dignidad, mi deseo de ser. Igual me calme: era indudable que ese hombre lo merecía más que yo. Su mentira desesperada encerraba mucho más de lo que aparentaba. Encerraba amor. Amor por el queso.

Nunca pude olvidar ese triste acontecimiento. Y todas las noches, entre amargas lagrimas que me ahogan, le pregunto a los cielos: ¿Qué habrá sido de aquel, mi medio kilo de queso?