viernes, 19 de septiembre de 2008

Un robo por amor al queso

Carretera de La Rioja. Colectivo. En la ventanilla, solo montaña y cactus. Sentado, viaja un hombre muy apuesto (yo). Todo transcurre con normalidad.

Llevaba unas cuantas bolsas conmigo. En ellas traía el sustento para vivir durante varias jornadas de camping en el ostracismo: Pan, tomates, zanahorias, atún, chocolates, galletitas, jamón, aceitunas...y queso. Queso, glorioso alimento, lácteo incomparable, fuente de vigor. Queso, como un torrente de delicia, un planeta de sabor, un eterno sortilegio.

Iba muy contento, entonces, viajando con mi comida, pero sobre todo con mi queso. En eso estaba, cuando de repente me pareció que faltaba una bolsa. Las llevaba en el piso, debajo del asiento, y con el movimiento del coche, algunas fueron a parar atrás. Me agache, las junté y las conté. Efectivamente, había perdido una ¿Cuál? Si, la que tenía el queso.

Mentira piadosa

Como una fiera exacerbada, me di vuelta y vi en la butaca trasera a un joven riojano, de unos 22 o 23 años. Sin más, y en el éxtasis de mi arrebato, le inquirí:

-“Maestro ¿No viste una bolsa con queso que se me fue para atrás?”
-“No, no vi nada la verdad”.

Eso alcanzó a esbozar con sus palabras. Pero su mirada me decía otra cosa. Me decía lo siguiente:
- “Si, yo te robé el queso. Si, y no me arrepiento. Lo vi ahí, tan amarillo, tan firme, con esa sensual cáscara roja, esos huequitos...Si, yo te lo robe, y lo haría mil veces, aunque con ello se me fuera la vida. No podía perder la oportunidad. El hecho de olerlo, de tocarlo, de saborearlo, imposible resistirme. Asumo mi responsabilidad con honor e hidalguía. Patria o muerte. Ah! Y otra cosa: leru leru calenderu.

Todo eso me dijo con unos ojos encendidos en fuego, abarrotados de firme compromiso. Primero sentí un odio mortal, más luego respeto. Con ese queso se me había ido mi alma, mi dignidad, mi deseo de ser. Igual me calme: era indudable que ese hombre lo merecía más que yo. Su mentira desesperada encerraba mucho más de lo que aparentaba. Encerraba amor. Amor por el queso.

Nunca pude olvidar ese triste acontecimiento. Y todas las noches, entre amargas lagrimas que me ahogan, le pregunto a los cielos: ¿Qué habrá sido de aquel, mi medio kilo de queso?

1 comentarios:

Unknown dijo...

jajaaj... q grande este pepo!!
tas rodeado de sustancias muy extrañas loco... jeje

Nos vemos loco, un abrzo

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