martes, 18 de noviembre de 2008

Mejor no encontrarse con un tipo que se parece a Kobe Bryant

La noche puede ser la mejor amiga o la peor enemiga del hombre. Y por ende, del viajero, que en definitiva también es un hombre, pero con menos ganas de trabajar que el resto.

Lo que pasa es que las noches de los viajes son capaces de adoptar formas tan disímiles como sorprendentes. La noche puede significar un festejo de antología: baile, luces, mujeres, alcohol, vicios varios. Pasiones que se complementan y que convierten la velada en un acontecimiento extraordinario.

O por el contrario, la noche también puede configurar situaciones espantosas. A ver: supongamos que uno se va de vacaciones a Los Ángeles, por ejemplo. No es lo mismo pasar la madrugada en una fiesta en la mansión Playboy, que vagabundeando por algún suburbio desconocido, donde se te aparece un tipo que es igual al basquetbolista Kobe Bryant pero más peludo, junto a sus cinco primos y que al verte le susurra a los colegas algo como “a este lo enebro cual hilo a la aguja” o “que linda mantequita para esta tostada” haciendo clara alusión a la cercanía del acontecimiento con la hora del desayuno.

Situaciones desesperantes

Así, queda claro que, en los viajes, no todas las noches son iguales. Yo hay veces que estando en ciudades grandes, veo caer la noche y siento angustia. De inmediato pienso en la gente que anda dando vueltas por ahí, sin techo seguro. Me pongo en la piel de ellos porque he vivido situaciones similares. Y creanme, es desesperante.

En esas ocasiones, lejos de casa, uno suele advertir como la incertidumbre golea al optimismo. Al no tener los recursos para dormir en un lugar seguro, no te queda otra que acurrucarte donde podes, encomendándote a tu propia suerte. Y rezar, por supuesto, para que al pícaro destino no se le ocurra cruzarte con el tipo que se parece a Kobe Bryant y sus cinco primos.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Me duele el colon


Me duele el colon. No saben lo feo que es. Colon. Hasta la palabra misma suena fea. Es un dolor, como decirlo, profundo. Es como si te doliera el alma, pero sin el factor metafísico. Creo que es peor inclusive. Un dolor del alma se puede ahogar en licor, como dice el rey Pelusa. Pero con un dolor de colon es otra cosa.

Mientras escribo estas líneas, me encuentro viajando de regreso a casa. Recién ahora deduzco que el dolor de colon y el viaje es una combinación peligrosa. Tormentosa diría. En mis cavilaciones, surgidas de las entrañas del malestar, me he puesto a pensar en la gente que, como yo en esta desdichada jornada, viaja con un dolor a cuestas.

Algunos ejemplos

Pienso en el subsahariano, que viaja caminando durante meses por el África, en busca de la prosperidad que ofrece Europa. Pobre, le duelen los pies. Pienso en el Rumano, que viaja escapándose del maltrato que le propinan los italianos más xenófobos. Pobre, le duele el orgullo. Pienso en el serbio, que viaja por un país que cada vez le queda más chico. Pobre, le duele el Kosovo. Pienso en el cubano, que viaja en balsa rumbo a una nueva vida en Miami. Pobre, le duele el comunismo. Pienso en el iraquí, que viaja de Basora a Bagdad mirando para arriba, por miedo a que le caiga una bomba del cielo. Pobre, le duele el Bush.

También pienso en el político, que viaja en avión privado hacia Tokio, para participar en una cumbre presidencial. Pobre, le duele que los fuccilli con salsa de champiñones, nueces persas, dátiles y vegetales del pacífico sur rehogados en vino blanco cosecha 83´ que le sirvieron para cenar no están “al dente”.

Pero vamos, que en quien más pienso en este momento es en mí mismo, que viajo de vuelta a Villa María con un dolor de colon espantoso. Si, pobre.

sábado, 8 de noviembre de 2008

No a la Cuba capitalista


¿A quién no le gustaría conocer Cuba? Que levante la mano así lo apedreo. Creo que la inmensa mayoría querría irse de viaje a la isla. Un paraíso terrenal que fusiona las mejores playas del continente con un contexto socio cultural único en el planeta. Al viajero de ley esto, justamente, es lo que más le atrae del país caribeño. Los resabios definitivos del comunismo real aún sobreviven aquí como en ningún otro rincón del globo. Pero vaya uno a saber hasta cuando.

Ahí está el meollo de la cuestión: a la luz de las medidas adoptadas por el gobierno post Fidel, el actual sistema político cubano parece condenado a la extinción. De ocurrir tal suceso, la nación perdería un aliciente turístico incuestionable.

No nos conviene

Imaginemos una Cuba capitalista: edificios renovados, automóviles siglo XXI, viejas pueras con botox y siliconas, carteles de Ginobili por todos lados, promocionando invariablemente marcas de jeans, mayonesas o líquidos para frenos… sería terrible para el sentimentalismo del visitante.

Y es que lo que más nos atrae de Cuba es esa cosa de realidad paralela, de dimensión desconocida. Un recreo para nuestra representación habitual del mundo y de las cosas.

Entonces basta de hinchar con esto de los cambios y que se yo. No le conviene a nadie. Bueno, no sé a los cubanos. Pero que importa, si total a ellos se los ve muy contentos con la salsa, el merengue, las palmeras y eso.

Hablo por mi mismo y por todos los agentes de viajes del mundo cuando digo: ¡Dejen la revolución en paz, cerdos imperialistas!