domingo, 10 de agosto de 2008

Cómo orinar en Perú


Yo ya había escuchado algo antes de viajar, pero no creí que fuera tan cierto. La información que había obtenido era que en Perú, mucha gente acostumbraba a orinar en la calle, de manera absolutamente natural, sin mayores problemas (ni sonrojamientos).

Lo cierto es que, tal como dije antes, la advertencia me pareció exagerada. Sin embrago, apenas llegué al país andino, pude constatar la veracidad del comentario. Ni bien pise Puno, una de las primeras ciudades del sur peruano, noté asombrado las múltiples manchas de orina en el asfalto. Inclusive vi a un niño llevando a cabo el acto, en vivo y en directo. No en un arbolito, ni siquiera en la canaleta. No: en el medio de la calle.
Con el paso de los días, me di cuenta que el accionar no obedecía exclusivamente a una practica infantil. Personas de todas las edades (y de ambos sexos) llevaban a cabo el acto como si nada.

El gobierno advierte

“Que increíble” pensé yo “¿Nadie se percatará de lo desagradable y de lo antihigiénico que resulta todo esto?” definitivamente sí. De hecho, el gobierno peruano había lanzado una campaña a través de los diarios nacionales de mayor tirada, buscando cambiar algunos malos hábitos de los ciudadanos.

Los avisos decían cosas como “No tire basura en espacios públicos”, “Conduzca su coche a velocidad normal” y "Por favor, no orine en la calle”. A pesar de que ya conocía esa conducta tan particular, la publicidad me resultó sumamente graciosa. “Por favor, no orine en la calle” ¿Cómo puede ser que el gobierno le tenga que andar pidiendo a la gente que no orine en la calle?

Yo acepto un "No fume”, un “No pase” y hasta un “No grite”. Pero un “No orine en la calle” me parece desopilante. No orinar en la calle es una prohibición tacita, una obligación implícita en el contrato social. Es como decir “Por favor, no corretee desnudo por plazas y/o parques, gritando `soy el Mesías, ámenme”.

Pero se ve que en algunos lugares estas aclaraciones todavía hacen falta. El mundo es maravilloso.

Un vendedor con “Códigos”

Según los expertos en economía, las ventas de armas, medicamentos y drogas son los tres negocios más extraordinarios del planeta. Si bien la mayor parte de estos datos se desconocen oficialmente (muchas veces las transacciones de dichos productos se realizan ilegalmente) la información asoma, en principio, como algo incuestionable.

Sin embargo, los tres rubros mencionados parecen no estar involucrados con la industria del Turismo ¿O si? Por lo general, a nadie que sale fuera del terruño le interesa andar comprando medicamentos truchos o ametralladoras kalishnikov. Pero el tema de las drogas es otra cosa.

En cada centro turístico, por más ignoto que sea, el viajero tiene la posibilidad de conseguir todo tipo de estupefacientes sin mayores problemas. Veamos:

Propuesta indecente

Caminando por La Paz, Bolivia, me encontré con un argentino (cuando no). El señor, muy formal, de unos 50 años, estaba desesperado por venderme una excursión. Su discurso era más o menos el siguiente:

-“Tenemos paseos en barco por el lago Titicaca, trekking en la colina Sundunga, cabalgatas por la bahía Tundrule...”
-“No, gracias. No me interesa”- Le contesté
-“Bueno, también tengo muy buena marihuana”

Lo que se dice un polirubro

-“No, gracias”- Repetí- “No fumo”
Entonces, el hombre lanzo la declaración que termino de hacer de esa situación algo maravilloso:
- “Disculpame pibe, yo en realidad soy un operador turístico, pero los martes y jueves también vendo marihuana”

¡Es genial! O sea que si hubiera sido miércoles, por ejemplo, el tipo no me hubiera ofrecido nada extraño. Supongamos que alguien por casualidad quisiera comprarle drogas a este caballero un viernes ¿Qué diría él? Algo como “No, lo siento. Marihuana martes y jueves. Cocaína los lunes. Heroína sábados y vísperas de feriado. El respeto por las normativas ante todo”.

Creo que nunca voy a terminar de descifrar las intrincadas reglas del mercado.

Lecturas para delirar en el viaje


¡Ah! ¡La lectura! Esa actividad que nos ilustra y nos sacude el espíritu. Que lindo poder practicarla. Y que mejor que llevarla a cabo mientras viajamos. El libro, entonces, pasa a ser un elemento vital a la hora de armar la valija.

¿Pero qué ejemplares conviene llevar encima mientras desempolvamos los caminos? Bueno, eso depende mucho del destino que elijamos. Así, cargar “La venas Abiertas de América Latina” durante un tour exclusivo por el principado de Mónaco, por ejemplo, sería una contradicción tan rutilante que ni el mismo universo podría resistir semejante paradoja.

Por suerte, tenemos un sin fin de alternativas para evitar esos dilemas. Cientos de miles de textos deambulan buscando las manos curiosas del viajero. Hay para todos los gustos.

Títulos más que interesantes

Estuve investigando arduamente (aguante google) y encontré títulos más que interesantes para llevar en la travesía. Por ejemplo este: “Apuntes sobre hermenéutica y principios de interpretación bíblica”, de Arturo Perales. Un grande Arturo, que piensa en todo, inclusive en como elevar nuestra existencia hasta el cenit mismo del aburrimiento. O este: “Dialéctica, Predicación y Metafísica en Platón: Investigaciones sobre el sofista y los diálogos tardíos”, escrito capaz de transportarnos a un estado depresivo digno de un Kafka.

Nicolás Malebrenche, por su parte, nos invita a una tertulia encantadora con sus “Conversaciones sobre la metafísica y la religión” mientras que el bicharachero de Edmund Husserl forja delirios de entretenimiento a través de “Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo”.

Si le gustan los clásicos, le recomiendo que se relaje en alguna playa del Caribe leyendo a Sartre, quien con su “Critica de la razón dialéctica” y “El existencialismo es un humanismo”, deja, a partir de la sola lectura de los títulos, todo más que claro.

No obstante, mi favorito en los viajes siempre fue, es y será la investigación de Judith Cavazos Arroyo, “Análisis de la autogratificación femenina y sus implicaciones hacia el desarrollo de rasgos materialistas en un contexto semiurbano”, (sinceramente, no me quedan palabras para describir lo fascinante de esta obra).

Yo ya cumplí con mi cometido. Ahora ustedes ¡A disfrutar de la lectura! Opciones, como verán, no les faltan.